Son numerosas las edificaciones que permanecen como testigos de otro tiempo. Los pueblos actuales se asientan muy cerca de antiguos castros, de los que sólo podemos observar -salvo en el de Chano- la base de anchos muros que hablan de la necesidad de vivir juntos, muy cerca unos de otros, para soportar las inclemencias de un medio hostil. Esa necesidad se trasladó a los pueblos y cualquier recorrido por estos valles descubrirá las antiguas, pero efectivas, maneras de sobrevivir que han llegado a nuestros días. Y entre éstas, es fundamental la palloza, la vivienda típica ancaresa, de muro de piedra y techo de paja (teito) que ha perdurado hasta hace bien poco por ser la única respuesta coherente a las circunstancias del entorno. Junto a ella se sitúa frecuentemente el hórreo ancarés, que tiene planta cuadrada de pared de madera y también tiene cubierta de paja.
Hoy los pueblos cobijan buenos ejemplos de arquitectura tradicional, pese al deterioro y la desaparición, y se mantienen algunos conjuntos de rotunda piedra y techo de pizarra. Son casas concebidas para el trabajo agrícola y ganadero que tienen sus orígenes en las pallozas, casas autosuficientes capaces de asegurar la supervivencia. Aunque muchas de éstas se han degradado con el paso del tiempo, existen unas cuantas en uso y algunas habitadas, que pueden incluso ser visitadas por el público. El conjunto mejor conservado en León está en Balouta. Con menos pallozas pero manteniendo esencialmente la tipología tradicional en sus edificaciones están Tejeira, Pereda de Ancares, Busmayor, Cela, Chandevillar, Campo de Liebre, Lindoso, Hermide, Aira da Pedra, Tejedo, Güimil, San Fiz, Arnado, Paradela…
Son interesantes también las pequeñas iglesias de origen románico que han acompañado el sino de los pueblos. Muchas de ellas están acompañadas de tejos milenarios que ya custodiaban los cultos astures. Otras destacan por sus elementos artísticos: Oencia, los retablos mayores de las de Sobrado y Paradaseca, Santa Marina de Balboa, la portada norte de la de Ruitelán, la torre de la de Vega de Valcarce, las cubiertas interiores de las de Herrerías y de la Faba, los artesonados de las de Valle de Finolledo y San Martín de Moreda, la iglesia del monasterio de San Andrés de Vega de Espinareda…
Sobreviven asimismo numerosas instalaciones preindustriales como molinos y herrerías que demuestran en muchos casos el agudo ingenio de sus constructores en una época donde la tecnología apenas conseguía llegar a estos pueblos. Asimismo son numerosos los rastros de explotaciones mineras, en especial las dedicadas al hierro y al oro. En este ámbito destacan las Médulas de la Leitosa, en el valle del Burbia, cerca de Paradaseca. Es ésta una explotación romana muy parecida a la de las Médulas del Bierzo puesto que se basa en la técnica de Ruina Montium. Sus accesos han sido habilitados recientemente. También vale la pena destacar la explotación del Wolfram en la Peña del Seo. Durante la 2ª guerra mundial los alemanes extrajeron de ella el mineral para la fabricación de bombas mientras los espías de los aliados intentaban llevar al traste la operación.